EL HOMBRE REMEDIO
-Murió mi amigo Godofredo, murieron mis demás amigos,
murieron mis hermanos, murieron también mi padre y mi madre como consecuencia
de la epidemia que asoló estas laderas de Calquis-, refería Pío Quinto
Cabanillas a sus sempiternos amigos de sus noches de coqueo, sentado, displicente, sobre la
talega de coca a la que la había inundado
con anisado para que al calor de sus posaderas “tomara cuerpo”
-Yo fui uno de los pocos suertudos-, dijo categórico don
Pío, -a los que no les afectó las fiebres; y, una noche, en la que mi mujercita
parecía moribunda le dije: de esta noche no pasas, por tanto te voy a dar la
“despedida”, así lo hice y para mi sorpresa mi mujercita vio la luz del nuevo
día. La noche siguiente repetí la “despedida” y al otro día mi Manuelita dejó
la cama y reinició sus labores en la casa y en el campo, cuidando los pocos
animales que de las calenturas se habían salvado. Un silencio expectante cubrió
la salita, alumbrada con un lamparín, solo el acompasado golpear del chufrán en
el calero salmodiaba la noche.
-Aunque ustedes no lo crean me invadió un enorme sentimiento
de culpa –Dijo, vehementemente concluyente, don Pío Quinto Cabanillas, a los amigos, -Les juro que si sabía que era
un hombre
remedio, ni mi madre, ni mi padre hubieran muerto-.
Antonio Goicochea C.
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