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Mi Canto es un Canto Libre

MI CANTO ES UN CANTO LIBRE



MI CANTO ES UN CANTO LIBRE

Hace 40 años que conocí a Víctor Jara un día del mes de julio del 1973, en un concierto auspiciado por el Instituto Nacional de Cultura en el Teatro Municipal de Trujillo. Conocedor de mi cercanía ideológica con Víctor Jara, mi hijo Ronald hizo que mi esposa, Imelda; el primero de mis nietos, Toño; y, yo asistiéramos al Centro Cultural Gabriela Mistral, en Santiago de Chile, a la Cantata “Víctor, sin Víctor Jara”, que se ponía en escena para conmemorar los 40 años del asesinato de este juglar.
Cuatro días antes de la navidad 2013, ocho de la tarde, sí, en el verano de Santiago, es tarde. En el amplio escenario del teatro, dos músicos, uno con guitarra y otro con violín, recibían a los espectadores con música de la canción  “El Niño Luchín”, que de inmediato trajo a mi mente su hermosa letra: Frágil como un volantín/ en los techos de Barranca/jugaba el niño Luchín/con sus manitas moradas/con la pelota de trapo/con el gato y con el perro/…
Llegado el momento de inicio, a platea llena y cuando todos escuchábamos aquella linda música, de repente, como una tromba, ingresaron en dos hileras, una a la derecha y otra a la izquierda, cantantes que con voz de trueno entonaban: Mi canto es un canto libre/que se quiere regalar/a quien estreche su mano,/a quien quiera disparar./Mi canto es una cadena/sin comienzo ni final,/y en cada eslabón se encuentra/el canto de los demás… Como impulsados por un resorte, los allí presentes nos pusimos de pie y acompañamos el canto con rítmicas palmadas. Sigamos cantando juntos/a toda la humanidad,/que el canto es una paloma/que vuela para alcanzar,/estalla y abre sus alas/para volar y volar./Mi canto es un canto libre…
Eran cuarenta actores y músicos, cinco de ellos familiares de los ejecutados políticos. Tomaron el escenario y no salieron de él hasta después de una hora con veinte minutos que duró su performance, cuarenta, uno por cada uno de los años que han pasado desde su asesinato.
Se retrató la vida, lucha y muerte de los asesinados, unos con nombre y otros anónimos personalizados en la egregia figura de Víctor Jara. Se resaltó los valores morales y políticos que incentivaron la militancia de Víctor y de los demás asesinados por la junta militar de Pinochet; y, se pintó el presente ominoso de los asesinos supervivientes, ironizados con costumbrismo y lenguajes que las convenciones teatrales lo hacen posible, en prosa y en verso libre. Un coro que simbolizaba la conciencia colectiva chilena y universal  cantó, simbólica bandera de lucha, también, diez canciones de Víctor Jara y otras de folclor popular.
Cuando era evidente que la función estaba por terminar sentí una desazón al no haber escuchado “Plegaria a un labrador”, cuando, de pronto, los trovadores nos dejaron escuchar: Levántate y mira la montaña/de donde viene el viento el sol y el agua / tú que manejas el curso de los ríos/tú que sembraste el vuelo de tu alma./ Levántate y mírate las manos/para crecer estréchala a tu hermano/juntos iremos unidos en la sangre/hoy es el tiempo que puede ser mañana… Colmó mi expectativa.
La cantata terminó pero el espectáculo no. El público, de pie, aplaudió a rabiar. Los artistas en la palestra, tomados de la mano hicieron la venia de agradecimiento y se dispusieron a retirar, cuando lo hacían, otra oleada de palmas los hizo retornar y así, por cuatro veces.
Como amante de las letras, la música y el teatro quedé positivamente impactado, cruzaron por mi mente aquellos lejanos momentos de mis dos últimas escenificaciones como actor y director: El despojo; y, Los fusiles de la madre Carrar.

Escribe:  Antonio Goicochea Cruzado.



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