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En la Tranquilidad del Bosque

Los archivos del tiempo
Walter Lingán

Tarde, pasada ya mi adolescencia, conocí algunos textos del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, cultor de la narrativa breve, creador de uno de los cuentos más cortitos de la historia literaria: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí. En esos días no recuerdo la existencia de un término para denominar al cuento corto o breve. Quiero imaginar que algo semejante sucedió con Antonio Goicochea Cruzado que empezó a escribir pequeñeces llenas de ingenio y exactitud, con pocas palabras y listo, sin pensar en un nombre específico. Actualmente se habla de microrrelatos, microcuentos, minificciones y cuentos brevísisimos. Este nuevo género tiene sus antecedentes en las fábulas, haikus, greguerías, frases memorables extraídas de una novela y acaso bromas agudas. Sin duda estamos frente a un nuevo género que va conquistando cada vez más adeptos entre los escritores. Sin ir muy lejos, en Cajamarca destaca William Guillén con 77 + 7 nano cuentos un libro que junta una serie de historias fugaces que a los lectores invitan a pensar y trabajar para entender su sentido.
Así también, Antonio Goicochea Cruzado recurre a esta nueva forma para En la tranquilidad del Bosque antologar en forma personal lo más destacable de sus microcuentos, de las leyendas que conforman la tradición oral sanmiguelina, así como relatos y anécdotas, pertenecientes a Cantata a San Miguel, Paideia, Teluria y Ensueños (1999-2009 y 2010), Mi lorito parlanchín y otros cuentos del baúl mágico (2013) y algunos inéditos, compilados para “Nidal de Colibríes” durante el Primer Encuentro Regional de Escritores de Minificción de Cajamarca (Chota, 4 de mayo de 2013).Como ya lo dije en una ocasión, el trabajo creativo de Antonio Goicochea Cruzado está relacionado a la evocación, con una prosa poética de sesgos exquisitos y una finura natural a la hora de rescatar las diversas cadencias sonoras del hablar andino y selvático. Con esa pasión de los grandes narradores, en cada verso le confiere un aliento de inocencia a la sabiduría infantil y popular, sabe trasmitir la magia de la supervivencia en la adversidad con ese ápice de celebración, de humor, que contradice el mito de la manoseada tristeza indígena.
En sus páginas pasan como una exhalación la tentación de los sueños, temblamos de ansias ante la efectividad del chamico, nos enteramos con asombro las vivencias de los vecinos destacados de San Miguel, nos sentimos cómplices con el desborde de un enamorado que no duerme alumbrado por el desamor, la aparición del paisaje andino anunciando la belleza de sus paisajes, vocalizando sus sonidos, incorporando sus sabores, sus olores y colores con una nitidez que nos parece estar caminando entre flores silvestres y ofidios que dejan su veneno entre las piedras antes de introducirse en los frescos aguales de ríos y lagunas, el lacónico consuelo de la muchacha que adultera la leche para aumentar sus ganancias y poder comprarse un sombrero, al decir: “lo que el agua me dio, el agua me lo quitó”. En suma, estamos ante “los archivos del tiempo” que el ojo atento de Antonio Goicochea Cruzado ha sabido traducir con una eficacia narrativa repleta de imaginación y de cultura para el deleite de todos sus lectores.

Colonia, 18 de mayo del 2014.

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