LEYENDA: EL ORIGEN DEL MAÍZ
Antonio Goicochea Cruzado
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Cuando
apenas el sol había extendido sus primeros rayos sobre la pampa, salió de la
casa. Ahora retornaba trayendo las alforjas llenas de muchas cosas para
compartirlas con sus hijos en el seno de su hogar y de su Ayllu. Volvía
Koniwaska, alegre como todos los días
A veces iba con Uchu, su fiel allco, a los cerros, y
entre los bosques, con ayuda de arco, flecha, waraka y con trampas hechas de
soga de cabuya cazaba llyuychus, de los que aprovechaban la carne, fresca y
seca; el cuero para mullida alfombra o cabecera, y los cuernos y patas, para
warkus; otras cazaba patos y pavas del monte, y, otras pescaba en el río.
Los niños del ayllu, se arremolinaban a su alrededor y
celebraban su llegada. Luego jugaban a la caza como sus mayores.
En una de esas salidas, Koniwaska se guareció de la
lluvia en una cueva que era frecuentada por un oso. Cuando el animal se acercó
a la cueva, con su waraka y los ladridos de Uchu logró ahuyentarlos. Al recoger
piedras para lanzarlas como proyectiles se halló con una piedrecita de color
del sol. Era una pepita de oro. De retorno a la casa llevaba dos piedrecitas
doradas. Varias veces volvió y con dedicación las recogía y las guardaba en una
bolsa de lana que le había tejido con todo amor Ch'aska, su compañera, a la que
le había dicho su secreto.
Ch'aska era como el lucero del amanecer, llenaba de
alegría la casa, le había dado siete hijos, mozos fuertes que ya habían formado
hogar que eran ejemplo de trabajo, solidaridad y buen comportamiento en todo el
ayllu. Ch'aska en laboriosa tarea a cada pepita, con finísimo pedernal la
horadaba y la hacía colgar de un delgado hilo hecho del mejor algodón del
valle; quería hacerse un collar. Para guardarlas las colocaba alrededor de un
trozo de yesca y las envolvía en delgada tela de algodón con mucho cuidado en
la cabecera de su lecho.
Pasaba el tiempo y con las salidas aumentaba la cantidad
de pepitas.
Koniwaska, un día no regresó. Ch'aska, pasó en vela toda
la noche. Era la primera vez que no regresaba su fiel compañero. Rayando la
aurora, en compañía de sus siete hijos, cual las siete estrellas de Oncoy, se
adentraron en el río Chimín, por su mismo pedregoso lecho, varias veces
cruzaron su curso serpenteante. Las aguas ya estaban en aumento. Después de una
tiempo corto siguieron por la ribera izquierda, por las estribaciones del cerro
Algamarca.
Antes de llegar al lugar que Koniwaska le había indicado
a Ch'aska, a las orillas de un arroyuelo afluente del Chimín, encontraron un
poncho lleno de lodo. Un raro presentimiento cruzó por la mente de los siete
hijos y de la solícita madre. Lo recogieron, era el poncho de Koniwaska.
Llegando al lugar, no encontraron la cueva.
Un huayco provocado por las lluvias del día anterior había cubierto la
entrada.
Quisieron remover las rocas pero poco podían hacer. Ni con la ayuda de todos los vallinos,
pudieron hacer algo.
El chamán del ayllu dijo que se hiciera una ofrenda al
Apu del Algamarca, para preguntar a la coca sobre el destino de Koniwaska.
Se roció con ceniza de molle, se rasgaron las entrañas de
un cuy negro, se tiró un puñado de coca y se tomó el jugo de cactus y shimba.
El chamán, dijo que allí estaba Koniwaska y que esa era su última morada. Así lo habían decidido los apus. Ch'aska con
el sopor de la bebida, vio en sueños a su esposo, que siempre tan cariñoso,
como en vida, la abrazaba y al oído le decía que el tesoro que tenían debajo de
la cabecera salvará de la hambruna que los adivinos del ayllu habían
pronosticado, y que debería repartirlo entre los siete hijos para mejor
guardarlo y protegerlo. Apenados volvieron a la casa.
Todo el ayllu lloró la desaparición de uno de sus
ancianos más cuerdos y queridos. Ese día los niños no jugaron.
Ch'aska llamó a sus hijos y a las esposas de sus hijos.
De la cabecera de su lecho, sacó un envoltorio, que para sorpresa de todos el
atado de fino algodón se había convertido en hojas secas y amarillentas,
rematadas por un penacho de shapra también dorada. Con ayuda de un palito
delgado y en punta abrieron las pancas. En su interior hallaron unos granos
prendidos a una coronta. La mama Ch'aska les contó su sueño.
Desgranó y las dividió en cantidades iguales, diciéndoles
que para que se cumpliera el sueño deberían guardarlos de la mejor manera.
Sentados alrededor del fogón, derramaron sobre el suelo
un puñado de coca, para preguntar a la Cocamama, cuál era esa mejor manera de
guardar el tesoro de la salvación de la hambruna que debería venir. Cocamama,
por la ubicación de las hojas en el suelo, les dijo que lo hicieran en la Mamapacha.
Así lo hicieron. Cerca a sus chozas, colocaron en la
tierra los granos, unos separados de los otros, tal como habían caído las hojas
de coca. Llovía. Por las tardes el iname alegraba el valle con su arco de siete
colores.
Pasó media luna.
En cada punto donde habían colocado los granos crecía una lozana
plantita. Los siete hijos hicieron consejo de familia y decidieron extremar los
cuidados. ¿No sería ese el tesoro del que les hablaba mama Ch'aska?. Alrededor
de cada planta con ayuda del allachu, colocaron tierra alrededor de las
plantitas. No dejaron que crecieran yerbas malas.
Pasaron las lluvias. Las plantitas se habían convertido
en verdes cañas, más altas que los mozos del ayllu, de hojas largas, con un
penacho de flores en el alto. Cada planta sostenía dos o tres envoltorios como
los que encontraron en la cabecera del lecho de Koniwaska. Tuvieron que
cuidarlas de los loros y otros pájaros que querían devorar los frutos; y a los
niños porque en su inquietud habían descubierto que las cañas tenían un
riquísimo y dulce jugo. A las cañas le llamaron viru. Hasta a los allcos se les
ató una pata al cuello para que no pudieran derribar las mazorcas, pues ellos
también habían sido sorprendidos comiéndolas aún verdes.
El sol y el tiempo, maduró las plantas, los frutos se
secaron. Cada hijo cosechó varios rungos de mazorcas. La noticia corrió por
todo el valle de Condebamba. El curaca reunió al Consejo de Ancianos. Allí
Ch'aska les reveló el sueño que había tenido. Los ancianos a ese grano le
llamaron sara, maíz. El mayor de los hijos cosechó maíces de granos grandes y
blancos; el segundo de tamaño más
pequeño, amarillento pero con pintas rojizas, moradas y negras; el tercero,
maíz morocho; el cuarto, maíz paccho; el quinto, maíz culli; el sexto, maíz
morado, casi negro; el último, maíz pequeñito como una perla dorada. Los
ancianos decidieron entonces que cada varón del ayllu recibiría para
sembrarlos, tantos granos como los que habían recibido los hijos de Koniwaska,
pero de todas las variedades obtenidas.
Aún así sobró una buena cantidad que fue sembrada en los topos de los
Apus. La cosecha fue abundante. Se guardó en las trojes de los tambos del
Ayllu.
La esposa de uno de los hijos de Koniwaska había guardado
un poco de maíz en un urpo que antes había contenido miel de abejas del
monte. En el rincón donde estaba el urpo
había gotera. La lluvia llenó la vasija. Las lluvias cesaron. Pasaron los días
y cuando la mujer quiso preparar el maíz allí guardado se encontró con una
bebida fermentada. Al probarla vio que estaba sabrosa y refrescante. Más tarde
se dio cuenta que también era embriagante. Así nació la aqha, chicha.
Pasaron cuatro años. Ya se habían olvidado de los
vaticinios. Las cosechas llenaron las trojes de los tambos del Ayllu y de cada
una de las casas de los Condebambinos. Se danzó y celebró con chicha.
De los ayllus de las partes altas de Lluchubamba,
Sitacocha y Jocos llegaban noticias que desde hacía tres años las cosechas y la
caza habían escaseado a tal punto que este año se hablaba de hambruna. Los vallinos se acordaron del vaticinio de
sus adivinos.
Un día llegaron emisarios oficiales de Lluchubamba,
Sitacocha y Jocos presididos por sus curacas. Ante el Consejo de Ancianos
expusieron sus penas y sufrimientos, y solicitaron ayuda. Los ancianos
accedieron a la solicitud pero con la condición de que fueran las mujeres de
esos ayllus quienes vinieran a aprender la manera de preparar este milagroso
grano que los salvaría del hambre, ya que los hombres aprenderían a cultivarlo.
Un emisario regresó a las alturas.
A los dos días, las mujeres, con las mejillas pintadas
por el rigor del frío y más ruborizadas por el calor del valle, llegaban a
Condebamba. Las pocas llamas que les quedaban, las acompañaban.
Y así fue. En una casa aprendieron a comer las mazorcas
aún verdes sancochadas, le llamaron choclos; en otra casa molieron los maíces
verdes, envolvieron la masa en pancas de la mazorca y la sancocharon, las
llamaron parpas; en otra la comieron ya maduro y seco, sancochado, le llamaron
mote, o tostado, al que llamaron cancha. A la harina de cancha molida la
llamaron mashca. En otra casa la sancocharon, secaron y molieron para
posteriormente comerla en sopa, a la que llamaron chochoca. Otros envolvieron
la harina de maíz en la panca de la mazorca y la cocinaron, esos fueron los
sabrosos tamales. Otros la amasaron y la comieron como cachangas en callanas
traídas de Pomarongo. Aprendieron a comer maíz en muchísimas formas. También aprendieron
a hacer chicha para sus celebraciones.
Cargaron sus llamas con el precioso grano y las mujeres
llenaron sus quipes, y los hombres sus alforjas y regresaron alegres a sus
alturas. Llevaban también atados de "virus" que los niños de
Condebamba habían preparado para los niños de esos ayllus.
Alimentaron a los suyos durante ese año y cultivaron una
pequeña chacra de maíz con la poca agua que llevaron de los puquios a los topos
del Ayllu. La cosecha fue buena. En la altura también fructificaba este grano
milagroso.
Pasó un año, esperaron las lluvias, al fin éstas
llegaron, con las técnicas recibidas de los vallinos y las aprendidas en el
topo del ayllu, sembraron el maíz. Tuvieron cosechas abundantes. Ellos también se acordaron de Ch'aska,
Koniwaska y de sus hijos. Celebraron con chicha. Los niños participaron también de los
festejos haciendo rondas y cantando. Emisarios de Lluchubamba, Sitacocha y Jocos bajaron al valle llevando yuyo,
chuño, mashuas, ocas y ollucos, al igual que venaditos de madera que los niños
habían labrado para sus amigos de Condebamba.
Desde entonces los pobladores del valle y de la altura se
ayudan e intercambian sus productos.
Estos sucesos se difundieron por todo el ande y la
costa. Desde allí llegaron emisarios a
requerir la semilla de ese grano salvador.
Aquel envoltorio guardado en la cabecera de Koniwaska,
dio origen al maíz, un verdadero tesoro que salvó de la hambruna a muchos
pueblos y su valor fue comparado como el del oro.
1.
Allco: Perro, existente en América desde antes de los Incas
2.
Waraka: Honda
3.
Llyuchu: Taruca, venado de los Andes.
4.
Warko: Gancho colgador, se colocaba en la cocina o debajo de
los aleros de la choza para colocar utensilios de cocina o herramientas de
labranza.
5.
Oncoy: Constelación conocida también con el nombre de Las
Siete Cabrillas.
6.
Apu: Dios del lugar.
7.
Algamarca: Un cerro del lugar.
8.
Shimba: Yerba de las alturas, de propiedades alucinantes que
utilizan los curanderos.
9.
Chamán: Brujo, curandero.
10. Shapra:
Barbas. flecos.
11. Este
palito, ya con una correíta en la parte roma para que cuelgue de la muñeca del
agricultor tomó el nombre de tipina.
12. Cocamama:
Diosa de la coca.
13. Iname:
Arcoiris.
14. Allachu:
Instrumento de labranza indio, consistente en un gancho puntiagudo de madera,
sirve para cutipar (colocar tierra alrededor de una planta para mejorar su
crecimiento y producción).
15. Rungo:
Cesto de madera y cabuya, utilizado para medir el ají, el maní y otros granos.
16. Paccho:
Maíz arrugado, que tostado adquiere una suavidad y dulzura exquisitas, propio
para consumirlo como cancha.
17. Urpo:
Vasija de barro de cuello corto en que se guarda granos o líquidos.
18. Parpas:
humitas.
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